#VATICANO #CARLO MARIA VIGANO #PAPA FRANCISCO #PEDERASTIA íHabrás oído hablar de la carta, que te presento aquí en su versión completa, del ex nuncio del Vaticano en EE. UU. manifestando ante el escándalo de pederastia desatado por las acusaciones contra el Cardenal McCarrick, que ya se habia avisado a la Santa Sede desde finales de los años 90 del siglo pasado, y que algunos altos cargo habían desviado la información para que llegse solamenteparcialmente o no llegase a Juan Pablo II. Ya el Cardenal Ratzinger, más tarde Benedicto XVI habñia sido muy serio ante todas estas acusaciones y había aconsejado a Juan Pablo II. Después como papa había actuado con countundencia, apartando a McCarrick. En este nuevo papado se le ha devuelto, demuestran estas declaraciones fundadas en documentos existentes comprobables, los cargos, e uncluso con honores. No solament esto sino que antes de la elección de Francisco, ya se oye en algún vídeo que te ofreceré al mismo McCarrick especulando y aplaudiendo la candidatura de Francisco. Algunos altos cargos del Vaticano han querido hasta el día de hoy utilizar a Francisco para sus fechorías. La frase favorita del Evangelio, para san Juan Pablo II, era una frase del apóstol Juan en su evangelio: "La Verdad os hará libres". La Verdad hace honor al principe de la Verdad, Cristo Jesús, frente al Príncipe de la mentira, Satanás. Las acusaciones son lo más claras y lo más duras y lo más individualizadas on nombres y apellidos que te puedas imaginar. Ciertamente esto marca un antes y un después. Iré ampliando las noticias, de momento el documento, que muchos comentan sin haber leído. Lo iré desgranando poco a poco. Jordi Picazo Periodista colegiado y profesor. TESTIMONIO por Su Excelencia Carlo Maria Viganò Arzobispo Titular de Ulpiana Nuncio Apostólico En este trágico momento para la Iglesia en varias partes del mundo: Estados Unidos, Chile, Honduras, Australia, etc., los obispos tienen una responsabilidad muy grave. Pienso en particular en Estados Unidos de América, donde el papa Benedicto XVI me envió como nuncio apostólico el 19 de octubre de 2011, la fiesta conmemorativa de los primeros mártires de América del Norte. Los obispos de los Estados Unidos están llamados, y yo con ellos, a seguir el ejemplo de estos primeros mártires que llevaron el Evangelio a las tierras de América, para ser testigos creíbles del amor inconmensurable de Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida. Obispos y sacerdotes, abusando de su autoridad, han cometido horrendos crímenes en detrimento de sus fieles, menores, víctimas inocentes y jóvenes ansiosos por ofrecer sus vidas a la Iglesia, o por su silencio no han impedido que tales crímenes sigan siendo perpetrados. Para restaurar la belleza de la santidad a la cara de la Novia de Cristo, que está terriblemente desfigurada por tantos crímenes abominables, y si realmente queremos liberar a la Iglesia del pantano fétido en el que ha caído, debemos tener el coraje de derribar la cultura del secreto y confesar públicamente las verdades que hemos mantenido ocultas. Debemos derribar la conspiración de silencio con la que los obispos y sacerdotes se han protegido a costa de sus fieles, una conspiración de silencio que a los ojos del mundo corre el riesgo de hacer que la Iglesia parezca una secta, una conspiración de silencio no tan diferente del que prevalece en la mafia. “Todo lo que has dicho en la oscuridad... se proclamará desde los tejados” (Lucas 12: 3). Siempre había creído y esperaba que la jerarquía de la Iglesia pudiera encontrar en sí misma los recursos espirituales y la fuerza para contar toda la verdad, enmendarse y renovarse a sí misma. Por eso, aunque repetidamente me pidieron que lo hiciera, siempre evité hacer declaraciones a los medios, incluso cuando hubiera sido mi derecho hacerlo, para defenderme de las calumnias publicadas sobre mí, incluso por prelados de alto rango de la Curia Romana. Pero ahora que la corrupción ha llegado a lo más alto de la jerarquía de la Iglesia, mi conciencia dicta que revele esas verdades sobre el desgarrador caso del arzobispo emérito de Washington, DC, Theodore McCarrick, a quien llegué a conocer en el curso de los deberes que me encomendó san Juan Pablo II, como delegado para las Representaciones Pontificias, desde 1998 hasta 2009, y por el Papa Benedicto XVI, como nuncio apostólico en Estados Unidos de América, desde el 19 de octubre de 2011 hasta fines de mayo de 2016. Como delegado para las Representaciones Pontificias en la Secretaría de Estado, mis responsabilidades no se limitaban a las nunciaturas apostólicas, sino que también incluían al personal de la Curia Romana (contrataciones, ascensos, procesos informativos sobre los candidatos al episcopado, etc.) y el examen de las casos delicados, incluidos los relativos a cardenales y obispos, que fueron confiados al delegado por el cardenal secretario de Estado o por el sustituto de la Secretaría de Estado. Para disipar sospechas insinuadas en varios artículos recientes, diré inmediatamente que los nuncios apostólicos en EU, Gabriel Montalvo y Pietro Sambi, ambos prematuramente fallecidos, no dejaron de informar a la Santa Sede inmediatamente, tan pronto como supieron, del comportamiento gravemente inmoral del arzobispo McCarrick con seminaristas y sacerdotes. De hecho, de acuerdo con lo que escribió el nuncio Pietro Sambi, la carta del 22 de noviembre de 2000 del padre Bonifacio Ramsey OP, fue escrita a pedido del fallecido nuncio Montalvo. En la carta, el padre Ramsey, que había sido profesor en el seminario diocesano en Newark desde finales de los 80 hasta 1996, afirma que había un rumor recurrente en el seminario de que el arzobispo “compartía su cama con los seminaristas”, invitando cinco a la vez para pasar el fin de semana con él en su casa de playa. Y agregó que conocía a cierto número de seminaristas, algunos de los cuales fueron luego ordenados sacerdotes de la arquidiócesis de Newark, que habían sido invitados a esta casa de playa y habían compartido una cama con el arzobispo. La oficina que tenía en ese momento no estaba informada de ninguna medida adoptada por la Santa Sede después de que nuncio Montalvo interpusiera los cargos a finales de 2000, cuando el cardenal Angelo Sodano era secretario de Estado. Asimismo, el nuncio Sambi transmitió al cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, un Memorando de Acusación contra McCarrick redactado por el sacerdote Gregory Littleton de la diócesis de Charlotte, que fue reducido al estado laical por una violación de menores, junto con dos documentos del mismo Littleton, en el que relató su trágica historia de abusos sexuales por el entonces arzobispo de Newark y varios otros sacerdotes y seminaristas. El nuncio agregó que Littleton ya había enviado su memorando a cerca de veinte personas, incluyendo autoridades judiciales civiles y eclesiásticas, policías y abogados, en junio de 2006, y que, por lo tanto, era muy probable que las noticias se publicaran pronto. Por lo tanto, pidió una pronta intervención de la Santa Sede. Al escribir un memorándum1 [1] sobre estos documentos que me fueron confiados, como Delegado para las Representaciones Pontificias, el 6 de diciembre de 2006, escribí a mis superiores, el Cardenal Tarcisio Bertone y el Sustituto Leonardo Sandri, que los hechos se atribuían a McCarrick por Littleton eran de tal gravedad y vileza como para provocar desconcierto, una sensación de disgusto, profunda tristeza y amargura en el lector, y que constituían los crímenes de seducción, solicitando actos depravados de seminaristas y sacerdotes, repetidas y simultáneamente con varias personas, burla de un joven seminarista que intentó resistir las seducciones del arzobispo en presencia de otros dos sacerdotes, la absolución de los cómplices enestos actos depravados, la celebración sacrílega de la eucaristía con los mismos sacerdotes después de cometer tales actos. En mi nota, que entregué el 6 de diciembre de 2006 a mi superior directo, el sustituo Leonardo Sandri, propuse las siguientes consideraciones y medidas a mis superiores: Dado que parecía un nuevo escándalo de particular gravedad, pues involucraba a un cardenal, iba a agregarse a los muchos escándalos de la Iglesia en Estados Unidos y , dado que este asunto tenía que ver con un cardenal, y de acuerdo con el canon 1405 § 1, número 2, “ipsius Romani Pontificis dumtaxat ius est iudicandi”, propuse que se tomara una medida ejemplar contra el cardenal (McCarrick) que pueda tener una función medicinal, que previniera futuros abusos contra víctimas inocentes y aliviar el gravísimo escándalo de los fieles quienes, a pesar de todo, continuaron amando y creyendo en la Iglesia. Agregué que sería saludable si, por una vez, la autoridad eclesiástica interviniera ante las autoridades civiles y, de ser posible, antes de que estallara el escándalo en la prensa. Esto podría haber restaurado algo de dignidad a una Iglesia tan duramente probada y humillada por tantos actos abominables por parte de algunos pastores. Si esto se hiciera, la autoridad civil ya no tendría que juzgar a un cardenal, sino a un pastor con quien la Iglesia ya había tomado las medidas apropiadas para evitar que el cardenal abusara de su autoridad y continuara destruyendo víctimas inocentes. Mi memorándum del 6 de diciembre de 2006 fue archivado por mis superiores, y nunca me lo regresaron con alguna decisión específica de los superiores sobre este asunto. Posteriormente, alrededor del 21 al 23 de abril de 2008, La declaración para el papa Benedicto XVI sobre el patrón de crisis de abuso sexual en los Estados Unidos (Statement for Pope Benedict XVI about the pattern of sexual abuse crisis in the United States), por Richard Sipe, se publicó en Internet, en www.richardsipe.com. El 24 de abril fue presentada por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal William Levada, al cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone. Me fue entregado un mes después, el 24 de mayo de 2008. Al día siguiente, entregué un nuevo memorando al nuevo sustituto de la Secretaría de Estado, Fernando Filoni, que incluía mi anterior del 6 de diciembre de 2006. En el nuevo memorando, resumí el documento de Richard Sipe, que finalizó con este respetuoso y sincero llamamiento al papa Benedicto XVI: “Me acerco a su santidad con la debida reverencia, pero con la misma intensidad que motivó a Pedro Damián a presentar ante su predecesor, el Papa León IX, una descripción de la condición del clero durante su tiempo. Los problemas de los que habló son similares y tan grandes ahora en los Estados Unidos como lo fueron en Roma. Si su santidad lo solicita, personalmente le enviaré documentación de eso sobre lo que he hablado”. Terminé mi memorándum repitiendo a mis superiores que pensaba era necesario intervenir lo más pronto posible quitando el sombrero de cardenal al cardenal McCarrick y que debería estar sujeto a las sanciones establecidas por el Código de Derecho Canónico, que también prevé reducción al estado laical. Este segundo memorándum nunca fue devuelto a la Oficina de Personal, y estuve muy consternado ante mis superiores por la ausencia inconcebible de cualquier medida contra el cardenal, y por la continua falta de comunicación conmigo desde mi primer memorando en diciembre de 2006. Pero finalmente supe con certeza, por medio del cardenal Giovanni Battista Re, entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, que la declaración valiente y meritoria de Richard Sipe había tenido el resultado deseado. El papa Benedicto XVI impuso al cardenal McCarrick sanciones similares a las que ahora le impone el papa Francisco: el cardenal debía abandonar el seminario donde vivía, se le prohibía celebrar [misa] en público, participar en reuniones públicas, dar conferencias, viajar, y se le imponía la obligación de dedicarse a una vida de oración y penitencia. No sé cuándo el papa Benedicto tomó estas medidas contra McCarrick, ya sea en 2009 o 2010, porque mientras tanto había sido transferido a la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, del mismo modo que no sé quién fue el responsable de esta increíble demora. Ciertamente no creo que haya sido el papa Benedicto, que como cardenal había denunciado repetidamente la corrupción presente en la Iglesia, y en los primeros meses de su pontificado ya había tomado una posición firme contra la admisión en el seminario de hombres jóvenes con profundas tendencias homosexuales. Creo que se debió al primer colaborador del papa en ese momento, el cardenal Tarcisio Bertone, quien notoriamente favoreció la promoción de homosexuales a cargos de responsabilidad, y estaba acostumbrado a manejar la información que él creía conveniente transmitir al papa. En cualquier caso, lo cierto es que el papa Benedicto XVI impuso las sanciones canónicas antedichas a McCarrick y que se las comunicó el nuncio apostólico en Estados Unidos, Pietro Sambi. Monseñor Jean-François Lantheaume, entonces primer Consejero de la Nunciatura en Washington y Encargado de Negocios, después de la inesperada muerte del nuncio Sambi en Baltimore, me dijo cuando llegué a Washington—y está listo para testificar—acerca de una tormentosa conversación, que duró más de una hora, que el nuncio Sambi tuvo con el cardenal McCarrick a quien había convocado a la nunciatura. Monseñor Lantheaume me dijo que “la voz del nuncio podía escucharse hasta el corredor”. Las mismas disposiciones del papa Benedicto también me las comunicó el nuevo Prefecto de la Congregación para los Obispos, el cardenal Marc Ouellet, en noviembre de 2011, en una conversación antes de mi partida a Washington, y fueron incluidas entre las instrucciones de la misma Congregación al nuevo nuncio apostólico. A su vez, se los repetí al cardenal McCarrick en mi primera reunión con él en la nunciatura. El cardenal, murmurando de una manera apenas comprensible, admitió que quizás había cometido el error de dormir en la misma cama con algunos seminaristas en su casa de la playa, pero dijo esto como si no tuviera importancia. Los fieles se preguntan con insistencia cómo fue posible que lo nombraran como arzobispo en Washington, y que fuera nombrado cardenal, y tienen todo el derecho a saber quién sabía y quién encubrió sus graves fechorías. Por lo tanto, es mi deber revelar lo que sé sobre esto, comenzando con la Curia Romana. El cardenal Angelo Sodano fue secretario de Estado hasta septiembre de 2006: se le comunicó toda la información. En noviembre de 2000, el nuncio Montalvo le envió su informe, transmitiéndole la carta antes mencionada del padre Bonifacio Ramsey en la que denunciaba los graves abusos cometidos por McCarrick. Se sabe que Sodano trató de encubrir el escándalo del padre Maciel hasta el final. Incluso retiró al nuncio en la Ciudad de México, Justo Mullor, quien se negó a ser cómplice en su plan para encubrir a Maciel, y en su lugar nombró a [Leonardo] Sandri, entonces nuncio en Venezuela, que estaba dispuesto a colaborar en el encubrimiento. Sodano incluso llegó a emitir una declaración ante la Oficina de Prensa del Vaticano en la que se afirmaba una falsedad: que el papa Benedicto había decidido que el caso Maciel debía considerarse cerrado. Benedicto reaccionó, a pesar de la enérgica defensa de Sodano, y Maciel fue declarado culpable e irrevocablemente condenado. ¿Fue el nombramiento de McCarrick para Washington y como cardenal la obra de Sodano, cuando Juan Pablo II ya estaba muy enfermo? No lo sabemos a ciencia cierta. Sin embargo, es legítimo pensarlo, pero no creo que él sea el único responsable de esto. McCarrick frecuentemente iba a Roma e hizo amigos en todas partes, en todos los niveles de la Curia. Si Sodano había protegido a Maciel, como parece seguro, no hay ninguna razón para no haberlo hecho con McCarrick quien, según muchos, tenía los medios financieros para influir en las decisiones. Su nombramiento como arzobispo de Washington DC, fue rechazado por el entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, el cardenal Giovanni Battista Re. En la nunciatura de Washington hay una nota, escrita de su propia mano, en la que el cardenal Re se deslinda del nombramiento y afirma que McCarrick ocupó el puesto 14 en la lista de Washington. El informe del nuncio Sambi, con todos los anexos, fue enviado al cardenal Tarcisio Bertone, como Secretario de Estado. Mis dos memorandos antes mencionados, del 6 de diciembre de 2006 y del 25 de mayo de 2008, también fueron presuntamente entregados por el sustituto de la Secretaría de Estado. Como ya se mencionó, el cardenal no tuvo dificultad en presentar insistentemente candidatos al episcopado conocidos como homosexuales activos. Cito sólo el conocido caso de Vincenzo de Mauro, que fue nombrado arzobispo-obispo de Vigevano y luego removido porque estaba abusando de sus seminaristas y por filtrar y manipular la información que transmitía al papa Benedicto. El cardenal Pietro Parolin, el actual secretario de Estado, también fue cómplice de encubrir las fechorías de McCarrick que, después de la elección del papa Francisco, se jactó abiertamente de sus viajes y misiones a varios continentes. En abril de 2014, el Washington Times publicó un informe de primera página sobre el viaje de McCarrick a la República Centroafricana, y en nombre del Departamento de Estado nada menos. Como nuncio en Washington, escribí al cardenal Parolin preguntándole si las sanciones impuestas a McCarrick por el papa Benedicto seguían siendo válidas. ¡No está por demás decir que mi carta nunca recibió ninguna respuesta! Lo mismo puede decirse del cardenal William Levada, exprefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de los cardenales Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, Lorenzo Baldisseri, exsecretario de la misma Congregación para los Obispos, y el arzobispo Ilson de Jesús Montanari, actual secretario de la misma Congregación. Todos sabían por su cargo de las sanciones impuestas por el papa Benedicto a McCarrick. Los cardenales Leonardo Sandri, Fernando Filoni y Angelo Becciu, como sustitutos de la secretaría de Estado, conocían en todo detalle la situación del cardenal McCarrick. Los cardenales Giovanni Lajolo y Dominique Mamberti era imposible que no lo supieran. Como secretarios de Relaciones con los Estados, participaron varias veces a la semana en reuniones colegiadas con el secretario de Estado. En cuanto a la Curia Romana, por el momento me detendré aquí, incluso si los nombres de otros prelados en el Vaticano son bien conocidos, incluso algunos muy cercanos al papa Francisco, como el cardenal Francesco Coccopalmerio y el arzobispo Vincenzo Paglia, quienes pertenecen a la corriente homosexual a favor de subvertir la doctrina católica sobre la homosexualidad, una corriente ya denunciada en 1986 por el cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre el cuidado pastoral de las personas homosexuales. Los cardenales Edwin Frederick O’Brien y Renato Raffaele Martino también pertenecen a la misma corriente, aunque con una ideología diferente. Otros que pertenecen a esta corriente incluso residen en la Domus Sanctae Marthae. Ahora, en lo que hace a Estados Unidos. Obviamente, el primero en ser informado de las medidas tomadas por el papa Benedicto fue el sucesor de McCarrick en la sede de Washington, DC, el cardenal Donald Wuerl, cuya situación ahora está completamente comprometida por las recientes revelaciones sobre su comportamiento como obispo de Pittsburgh. Es absolutamente impensable que el nuncio Sambi, quien era una persona extremadamente responsable, leal, directo y explícito en su forma de ser (un verdadero hijo de Romaña) no le hiciera saber esa situación. En cualquier caso, yo mismo planteé el tema con el cardenal Wuerl en varias ocasiones, y ciertamente no necesité entrar en detalles porque de inmediato estaba claro para mí que él estaba completamente consciente de ello. También recuerdo en particular el que tuve que llamar su atención sobre el asunto, pues me di cuenta de que en una publicación arquidiocesana, en la contraportada en color, había un anuncio que invitaba a los jóvenes que pensaban que tenían vocación al sacerdocio a una reunión con el cardenal McCarrick. Inmediatamente llamé al cardenal Wuerl, quien me expresó su sorpresa, diciéndome que no sabía nada de ese anuncio y que lo cancelaría. Si, como continúa afirmando, no sabía nada de los abusos cometidos por McCarrick y las medidas tomadas por el papa Benedicto, ¿cómo puede explicarse su respuesta? Sus recientes declaraciones de que él no sabía nada al respecto, aunque al principio se refirió astutamente a la compensación por las dos víctimas, son absolutamente irrisorias. El cardenal miente descaradamente y obliga a su canciller, monseñor Antonicelli, a mentir también. El cardenal Wuerl también mintió claramente en otra ocasión. Después de un evento moralmente inaceptable autorizado por las autoridades académicas de la Universidad de Georgetown, se lo comuniqué a su presidente, el Dr. John DeGioia, y le envié dos cartas subsiguientes. Antes de enviarlos al destinatario, a fin de manejar las cosas correctamente, personalmente entregué una copia de ellos al cardenal con una carta adjunta que había escrito. El cardenal me dijo que no sabía nada al respecto. Sin embargo, no acusó recibo de mis dos cartas, contrario a lo que era su práctica. Luego supe que la actividad en Georgetown había tenido lugar durante siete años. ¡Pero el cardenal no sabía nada al respecto! El cardenal Wuerl, consciente de los continuos abusos cometidos por el cardenal McCarrick y de las sanciones que le impuso el papa Benedicto, transgrediendo las órdenes del papa, también le permitió residir en un seminario en Washington, DC. Al hacerlo, puso en riesgo a otros seminaristas. El obispo Paul Bootkoski, emérito de Metuchen, y el arzobispo John Myers, emérito de Newark [ambas en Nueva Jersey], encubrieron los abusos cometidos por McCarrick en sus respectivas diócesis y compensaron a dos de sus víctimas. No pueden negarlo y deben ser interrogados, para revelar todas las circunstancias y toda la responsabilidad con respecto a este asunto. El cardenal Kevin Farrell, quien fue entrevistado recientemente por los medios, también dijo que no tenía la menor idea sobre los abusos cometidos por McCarrick. Dado su mandato en Washington,DC, Dallas, Texas, y ahora en Roma, creo que nadie puede creerle honestamente. No sé si alguna vez le preguntaron si sabía sobre los crímenes de Maciel. Si negara esto, ¿alguien le creería dado que él ocupaba puestos de responsabilidad como miembro de los Legionarios de Cristo? En cuanto al cardenal Sean O’Malley, simplemente diría que sus últimas declaraciones sobre el caso McCarrick son desconcertantes y han oscurecido por completo su transparencia y credibilidad. Mi conciencia también me exige revelar hechos que he experimentado personalmente, concernientes al papa Francisco, que tienen un significado dramático, que como obispo, compartiendo la responsabilidad colegial de todos los obispos por la Iglesia universal, no me permite guardar silencio, y que declaro aquí, listo para reafirmarlos bajo juramento al invocar a Dios como mi testigo. En los últimos meses de su pontificado, el papa Benedicto XVI convocó una reunión de todos los nuncios apostólicos en Roma, como lo hicieron Pablo VI y san Juan Pablo II en varias ocasiones. La fecha fijada para la audiencia con el Papa fue el viernes, 21 de junio de 2013. El papa Francisco mantuvo este compromiso hecho por su predecesor. Por supuesto, también vine a Roma desde Washington. Fue mi primer encuentro con el nuevo papa elegido sólo tres meses antes, después de la renuncia del papa Benedicto. En la mañana del jueves 20 de junio de 2013, fui a la Domus Sanctae Marthae para unirme a mis colegas que estaban allí. Tan pronto como entré en la sala me encontré con el cardenal McCarrick, que vestía la sotana con adornos rojos. Lo saludé respetuosamente como siempre lo había hecho. Inmediatamente me dijo, en un tono entre ambiguo y triunfante: “El papa me recibió ayer, mañana voy a China”. En ese momento no sabía nada de su larga amistad con el cardenal Bergoglio y de la parte importante que había desempeñado en sus recientes elecciones, como el propio McCarrick revelaría más tarde en una conferencia en la Universidad de Villanova y en una entrevista con el National Catholic Reporter. Tampoco había pensado en el hecho de que él había participado en las reuniones preliminares del reciente cónclave, y del papel que pudo haber tenido como un cardenal elector en el cónclave de 2005. Por lo tanto, no entendí de inmediato el significado del mensaje encriptado que McCarrick me había comunicado, pero eso quedaría claro para mí en los días inmediatamente posteriores. Al día siguiente tuvo lugar la audiencia con el Papa Francisco. Después de su discurso, que fue parcialmente leído y parcialmente improvisado, el papa deseaba saludar a todos los nuncios uno por uno. En una sola fila, recuerdo que estaba entre los últimos. Cuando llegó mi turno, solo tuve tiempo de decirle: “Soy el nuncio en Estados Unidos”. Inmediatamente me atacó con un tono de reproche y utilizó estas palabras: “¡Los obispos de Estados Unidos no deben ser ideológicos! ¡Deben ser pastores!” Por supuesto, no estaba en posición de pedir explicaciones sobre el significado de sus palabras y la forma agresiva en que me había reprochado. Tenía en mi mano un libro en portugués que el cardenal O’Malley me había enviado para el papa unos días antes, diciéndome “para que pueda refrescar su portugués antes de ir a Río para la Jornada Mundial de la Juventud”. Se lo entregué inmediatamente, y así me liberé de esa situación extremadamente desconcertante y embarazosa. Al final de la audiencia, el papa anunció: “aquellos de ustedes que todavía estén en Roma el próximo domingo están invitados a concelebrar conmigo en la Domus Sanctae Marthae”. Naturalmente, pensé en quedarme para aclarar lo antes posible lo que el papa pretendía decirme. El domingo 23 de junio, antes de la concelebración con el papa, le pregunté a monseñor Ricca, que como persona a cargo de la Casa nos ayudó a ponernos las vestiduras, si podía preguntarle al papa si podría recibirme en algún momento de la semana siguiente. ¿Cómo podría haber regresado a Washington sin haber aclarado lo que el papa quería de mí? Al final de la misa, mientras el Papa saludaba a los pocos laicos presentes, monseñor Fabián Pedacchio, su secretario argentino, vino a mí y me dijo: “¡El Papa me dijo que le preguntara si ahora usted está libre!” Naturalmente, le respondí que estaba a disposición del papa y le di las gracias por recibirme de inmediato. El papa me llevó al primer piso, a su departamento y me dijo: “Tenemos 40 minutos antes del Ángelus”. Comencé la conversación, preguntándole al papa qué pensaba decirme con las palabras que me había dirigido cuando lo saludé el viernes anterior. Y el papa, en un tono muy diferente, amistoso, casi afectuoso, me dijo: “Sí, los obispos en Estados Unidos no deben ser ideológicos, no deben ser de derechas como el arzobispo de Filadelfia, (el papa no lo mencionó por nombre). Deben ser pastores; y no deben ser de izquierdas, y añadió, levantando ambos brazos, y cuando digo de izquierda me refiero a homosexual”. Por supuesto, la lógica de la correlación entre ser de izquierda y ser homosexual se me escapó, pero no dije nada más. Inmediatamente después, el papa me preguntó de una manera engañosa: “¿Cómo es el cardenal McCarrick?”. Le respondí con total franqueza y, si ustedes lo desean, con gran ingenuidad: “Santo Padre, no sé si conoce al cardenal McCarrick, pero si le pregunta a la Congregación para los Obispos hay un dossier muy grueso sobre él. Corrompió a generaciones de seminaristas y sacerdotes y el papa Benedicto le ordenó retirarse a una vida de oración y penitencia”. El papa no hizo el más mínimo comentario acerca de esas palabras tan graves y no mostró ninguna expresión de sorpresa en su rostro, como si ya conociera el asunto desde hace algún tiempo, e inmediatamente cambió el tema. Pero entonces, ¿qué buscaba el papa al hacerme esa pregunta: “¿Cómo es el cardenal McCarrick?”. Claramente quería averiguar si yo era un aliado de McCarrick o no. De vuelta en Washington, todo se volvió muy claro para mí, gracias también a un nuevo evento que ocurrió pocos días después de mi reunión con el papa Francisco. Cuando el nuevo obispo Mark Seitz tomó posesión de la diócesis de El Paso, Texas, el 9 de julio de 2013, envié al primer consejero, monseñor Jean-François Lantheaume, mientras yo iba a Dallas ese mismo día para una reunión internacional sobre bioética. Cuando regresó, monseñor Lantheaume me dijo que, en El Paso, se había encontrado con el cardenal McCarrick quien, llevándolo a un lado, le dijo casi las mismas palabras que el Papa me había dicho en Roma: “los obispos en Estados Unidos no deben ser ideológicos, no deben ser de derechas, deben ser pastores...” ¡Estaba asombrado! Por lo tanto, estaba claro que las palabras de reproche que el papa Francisco me había dirigido el 21 de junio de 2013 habían sido presentadas en su boca el día anterior por el cardenal McCarrick. También la mención del Papa “no como el arzobispo de Filadelfia” podría remontarse a McCarrick, porque hubo un fuerte desacuerdo entre los dos sobre la admisión a la comunión de los políticos a favor del aborto. En su comunicación a los obispos, McCarrick había manipulado una carta del entonces cardenal Ratzinger que prohibía darles la comunión. De hecho, también sabía cómo ciertos cardenales como Mahony, Levada y Wuerl estaban estrechamente vinculados con McCarrick; se habían opuesto a los nombramientos más recientes hechos por el papa Benedicto, para puestos importantes como Filadelfia, Baltimore, Denver y San Francisco. No contento con la trampa que me tendió el 23 de junio de 2013, cuando me preguntó por McCarrick, sólo unos meses más tarde, en la audiencia que me concedió el 10 de octubre de 2013, el papa Francisco me propuso una segunda, esta vez con respecto a un segundo de sus protegidos, el cardenal Donald Wuerl. Me preguntó: “¿Cómo es el cardenal Wuerl? ¿Es bueno o malo?” Respondí: “Santo Padre, no le diré si es bueno o malo, pero le diré dos hechos”. Ellos son los únicos. Ya he mencionado anteriormente, que se refiere al descuido pastoral de Wuerl con respecto a las desviaciones aberrantes en la Universidad de Georgetown y la invitación de la arquidiócesis de Washington a los jóvenes aspirantes al sacerdocio a una reunión con McCarrick. Una vez más, el papa no mostró ninguna reacción. También estaba claro que, desde el momento de la elección del papa Francisco, McCarrick, ahora libre de todas las restricciones, se había sentido libre para viajar continuamente, para dar conferencias y entrevistas. Asociado con el cardenal Rodríguez Maradiaga, se convirtió en el factor de nombramientos en la Curia y de obispos en Estados Unidos, y el asesor más escuchado en el Vaticano en sus relaciones con la administración Obama. Así es como uno explica que, como miembros de la Congregación para los Obispos, el papa reemplazó al cardenal Burke con Wuerl e inmediatamente creó a Cupich como cardenal inmediatamente después de que fuera nombrado para la arquidiócesis de Chicago. Con estos nombramientos, la nunciatura en Washington estaba ahora fuera de la escena en el nombramiento de obispos. Además, nombró al brasileño Ilson de Jesus Montanari—el gran amigo de su secretario privado argentino, Fabián Pedacchio—como secretario de la misma Congregación para Obispos y secretario del Colegio de Cardenales, promoviéndolo de un solo salto de un simple funcionario de ese departamento a arzobispo secretario. ¡Algo sin precedentes para una posición tan importante! Los nombramientos de Blase Cupich a Chicago y Joseph W. Tobin a Newark fueron orquestados por McCarrick, Maradiaga y Wuerl, unidos por un malvado pacto de abusos por parte del primero, y al menos de encubrimiento de abusos por parte de los otros dos. Sus nombres no se encontraban entre los presentados por la nunciatura para Chicago y Newark. En cuanto a Cupich, uno no puede dejar de notar su arrogancia ostentosa y la insolencia con la que niega la evidencia que ahora es obvia para todos: que el 80 por ciento de los abusos encontrados fueron cometidos contra jóvenes por homosexuales que estaban en una relación de autoridad sobre sus victimas. Durante el discurso que pronunció cuando tomó posesión de la sede de Chicago, en la que yo estaba presente como representante del papa, Cupich dijo que ciertamente no se debe esperar que el nuevo arzobispo camine sobre el agua. Tal vez sería suficiente para él poder permanecer con los pies en el suelo y no tratar de poner la realidad patas arriba, cegado por su ideología pro-gay, como afirmó en una reciente entrevista con la revista [de la Compañía de Jesús en Estados Unidos] America. Extendiendo su particular experiencia en el tema, habiendo sido presidente del Comité de Protección de Niños y Jóvenes de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB), afirmó que el principal problema en la crisis de abuso sexual por el clero no es la homosexualidad, y que afirmar esto es sólo una manera de desviar la atención del problema real que es el clericalismo. En apoyo de esta tesis, Cupich “extrañamente” hizo referencia a los resultados de la investigación llevada a cabo en el momento álgido de la crisis de abuso sexual de menores a principios de la década de 2000, mientras que “cándidamente” ignoró que los resultados de esa investigación fueron negados por completo. Los posteriores Informes Independientes del John Jay College of Criminal Justice en 2004 y 2011, que concluyeron que, en casos de abuso sexual, el 81 por ciento de las víctimas eran varones. De hecho, el padre Hans Zollner, SJ, vicerrector de la Pontificia Universidad Gregoriana, presidente del Centro para la Protección de los Menores y miembro de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores, dijo recientemente al diario La Stampa que “en la mayoría de los casos es una cuestión de abuso homosexual”. El nombramiento de McElroy en San Diego también fue orquestado desde arriba, con una orden perentoria encriptada para mí como nuncio, por el cardenal Parolin: “Reserve la sede de San Diego para McElroy”. McElroy también estaba al tanto de los abusos de McCarrick, como puede ser visto en una carta que le envió Richard Sipe el 28 de julio de 2016. Estos personajes están estrechamente asociados con individuos que pertenecen en particular al ala desviada de la Compañía de Jesús, lamentablemente hoy en día una mayoría, que ya había sido motivo de grave preocupación para Pablo VI y los siguientes pontífices. Solo tenemos que considerar al padre Robert Drinan SJ., Quien fue elegido cuatro veces en la Cámara de Representantes, y fue un firme defensor del aborto; o el padre Vincent O’Keefe, SJ, uno de los principales promotores de la Declaración de Land O’Lakes de 1967, que comprometió seriamente la identidad católica de las universidades y colegios en EU. Cabe señalar que McCarrick, en ese entonces presidente de la Universidad Católica de Puerto Rico, también participó en esa empresa desfavorable, que fue tan perjudicial para la formación de las conciencias de la juventud estadunidense, estrechamente asociada con el ala desviada de los jesuitas. El padre James Martin SJ, aclamado por las personas mencionadas anteriormente, en particular Cupich, Tobin, Farrell y McElroy, nombrado consultor de la Secretaría de Comunicaciones, conocido activista que promueve la agenda LGBT, elegido para corromper a los jóvenes que pronto se reunirán en Dublín para el Encuentro Mundial de las Familias, no es más que un triste ejemplo reciente de ese ala desviada de la Compañía de Jesús. El papa Francisco ha pedido repetidamente una transparencia total en la Iglesia y que los obispos y fieles actúen con parresía. Los fieles de todo el mundo también lo exigen de manera ejemplar. Debe decir honestamente cuándo se enteró de los crímenes cometidos por McCarrick, quien abusó de su autoridad con seminaristas y sacerdotes.En cualquier caso, el papa lo supo de mí el 23 de junio de 2013 y continuó encubriéndolo. No tomó en cuenta las sanciones que el papa Benedicto le impuso y lo convirtió en su consejero de confianza junto con Maradiaga. Este último [Maradiaga] confía tanto en la protección del papa que puede descartar como “chismes” las súplicas sinceras de docenas de sus seminaristas, quienes encontraron el coraje de escribirle después de que uno de ellos intentara suicidarse por abuso homosexual en el seminario. Por ahora, los fieles han comprendido bien la estrategia de Maradiaga: insultar a las víctimas para salvarse, mentir hasta el final para cubrir un abismo de abusos de poder, de mala administración de las propiedades de la Iglesia y de desastres financieros, incluso en contra de amigos, como en el caso del embajador de Honduras, Alejandro Valladares, exdecano del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. En el caso del exobispo auxiliar Juan José Pineda, después del artículo publicado en el semanario [italiano] L'Espresso en febrero pasado, Maradiaga declaró en el periódico L’Avvenire: “Fue mi obispo auxiliar Pineda quien solicitó la visita, para ‘aclarar’ su nombre después de haber sido sometido a muchas calumnias”. Ahora, con respecto a Pineda, lo único que se ha hecho público es que su renuncia ha sido simplemente aceptada, haciendo que su posible responsabilidad y la de Maradiaga desaparezcan en la nada. En nombre de la transparencia tan alabada por el Papa, el informe que el visitador, el obispo argentino Alcides Casaretto, entregó hace más de un año, sólo y directamente al papa, debe hacerse público. Finalmente, el reciente nombramiento como sustituto del secretario de Estado, el Arzobispo Edgar Peña Parra también está relacionado con Honduras, es decir, con Maradiaga. De 2003 a 2007, Peña Parra trabajó como consejero en la nunciatura de Tegucigalpa. Como delegado para las Representaciones Pontificias recibí información preocupante sobre él. En Honduras, un escándalo tan grande como el de Chile está a punto de repetirse. El papa defiende a su hombre, el cardenal Rodríguez Maradiaga, hasta el final, como lo hizo en Chile con el obispo Juan de la Cruz Barros, a quien él mismo había nombrado obispo de Osorno, contra el consejo de los obispos chilenos. Primero insultó a las víctimas de abuso. Luego, sólo cuando fue forzado por los medios, y por la movilización de las víctimas y los fieles chilenos, reconoció su error y se disculpó, al tiempo que afirmó que había sido mal informado, causando una situación desastrosa para la Iglesia en Chile, pero manteniendo la protección a los dos cardenales chilenos Errázuriz y Ezzati. Incluso en el trágico asunto de McCarrick, el comportamiento del papa Francisco no fue diferente. Sabía, al menos desde el 23 de junio de 2013, que McCarrick era un depredador en serie. Aunque sabía que era un hombre corrupto, lo encubrió hasta el final; de hecho, hizo suyo el consejo de McCarrick, que ciertamente no estaba inspirado por buenas intenciones y por amor a la Iglesia. Fue sólo cuando se vio obligado por el informe del abuso cometido contra un menor, nuevamente propiciado por la atención de los medios, que tomó medidas [con respecto a McCarrick] para salvar su imagen en los medios. Ahora, en Estados Unidos, un coro de voces está surgiendo especialmente de los fieles laicos, y recientemente se han unido varios obispos y sacerdotes, pidiendo que todos aquellos que, por su silencio, encubrieron el comportamiento criminal de McCarrick, o que lo usaron para avanzar su carrera o promover sus intenciones, ambiciones y poder en la Iglesia, debe renunciar. Pero esto no será suficiente para sanar la situación de comportamiento inmoral extremadamente grave del clero: obispos y sacerdotes. Se debe proclamar un tiempo de conversión y penitencia. La virtud de la castidad debe ser recuperada en el clero y en los seminarios. Se debe luchar contra la corrupción en el mal uso de los recursos de la Iglesia y de las ofrendas de los fieles. La seriedad del comportamiento homosexual debe ser denunciada. Las redes homosexuales presentes en la Iglesia deben ser erradicadas, como escribió recientemente Janet Smith, profesora de Teología Moral en el Seminario Mayor del Sagrado Corazón en Detroit. “El problema del abuso del clero”, escribió, “no puede resolverse simplemente con la renuncia de algunos obispos, y mucho menos con algunas directivas burocráticas”. El problema más profundo radica en las redes homosexuales dentro del clero que deben ser erradicadas. “Estas redes homosexuales, que ahora están muy extendidas en muchas diócesis, seminarios, órdenes religiosas, etc., actúan bajo el ocultamiento, el secreto y la mentira. Con el poder de los tentáculos de un pulpo estrangulan víctimas inocentes y vocaciones sacerdotales y estrangulan a toda la Iglesia. Les imploro a todos, especialmente a los obispos, que hablen para vencer esta conspiración de silencio que está tan extendida, y que denuncien los casos de abuso que conocen a los medios y a las autoridades civiles. Prestemos atención al mensaje más poderoso que san Juan Pablo II nos dejó como herencia: ¡No tengan miedo! ¡No tengan miedo! En su homilía de 2008 en la fiesta de la Epifanía, el papa Benedicto XVI nos recordó que el plan de salvación del Padre se había revelado y realizado plenamente en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, pero debe ser bienvenido en la historia humana, que siempre es historia de fidelidad por parte de Dios y desafortunadamente también de infidelidad por parte de nosotros los hombres. La Iglesia, depositaria de la bendición del Nuevo Pacto, firmada en la sangre del Cordero, es santa pero está formada por pecadores, como escribió san Ambrosio: la Iglesia es inmaculada, pura entre las manchas, es santa e inmaculada aunque, en su viaje terrenal, está hecha de hombres manchados de pecado. Deseo recordar esta verdad indefectible de la santidad de la Iglesia a las muchas personas que se han escandalizado tanto por el comportamiento abominable y sacrílego del exarzobispo de Washington, Theodore McCarrick; por la conducta grave, desconcertante y pecaminosa del papa Francisco y por la conspiración de silencio de tantos pastores, y que están tentados a abandonar la Iglesia, desfigurados por tantas ignominías. En el Ángelus del domingo 12 de agosto de 2018, el Papa Francisco dijo estas palabras: “Todos somos culpables del bien que él pudo haber hecho y no hizo… Si no nos oponemos al mal, lo alimentamos tácitamente. Necesitamos intervenir donde el mal se está extendiendo; porque el mal se extiende donde faltan los cristianos atrevidos que se oponen al mal con el bien”. Si esto es correctamente considerado como una responsabilidad moral seria para cada creyente, cuánto más grave es para el pastor supremo de la Iglesia, que en el caso de McCarrick no sólo no se opone al mal sino que se asocia a sí mismo para hacer el mal con alguien que él conocía como profundamente corrupto. Siguió el consejo de alguien a quien conocía bien como un pervertido, multiplicando exponencialmente con su autoridad suprema el mal hecho por McCarrick. ¡Y cuántos otros pastores malvados aún continúa Francisco ayudando en su destrucción activa de la Iglesia! Francisco está abdicando del mandato que Cristo le dio a Pedro para confirmar a los hermanos. De hecho, con su acción los ha dividido, los ha inducido al error y ha alentado a los lobos a seguir destrozando las ovejas del rebaño de Cristo. En este momento extremadamente dramático para la Iglesia universal, debe reconocer sus errores y, de acuerdo con el principio proclamado de tolerancia cero, el papa Francisco debe ser el primero en dar un buen ejemplo a los cardenales y obispos que ocultaron los abusos de McCarrick y renunciar con todos ellos. Incluso con consternación y tristeza por la enormidad de lo que está sucediendo, ¡no perdamos la esperanza! Bien sabemos que la gran mayoría de nuestros pastores viven su vocación sacerdotal con fidelidad y dedicación. Es en momentos de gran prueba que la gracia del Señor se revela en abundancia y hace que su infinita misericordia esté disponible para todos; pero se concede sólo a quienes verdaderamente se arrepienten y proponen sinceramente enmendar sus vidas. Este es un momento favorable para que la Iglesia confiese sus pecados, se convierta y haga penitencia. ¡Oremos todos por la Iglesia y por el Papa, recordemos cuántas veces nos ha pedido que recemos por él! Renovemos, todos, la fe en la Iglesia, nuestra Madre: “¡Creo en una sola, santa, católica y apostólica Iglesia!” ¡Cristo nunca abandonará su iglesia! ¡Él la generó con su sangre y continuamente la revive con su espíritu! ¡María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros! ¡María, Virgen y Reina, Madre del Rey de la gloria, ruega por nosotros! 1 Todos los memos, cartas y otros documentos mencionados aquí están disponibles en la Secretaría de Estado de la Santa Sede o en la Nunciatura Apostólica en Washington, DC 2 Es un asunto reservado al romano pontífice. Roma, 22 de agosto de 2018 Reinado de la Santísima Virgen María Traducción de Rodolfo Soriano Núñez Los estilos corresponden a los usados en el original italiano. |
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