Publiqué este artículo en la prensa digital en abril de 2014. Casi no cambiaría nada para volver a publicarlo, pero es de justicia una segunda parte, que seguirá a esta. @JordiPicazo Estamos viviendo en estos meses del nuevo mandato del Papa Francisco como cabeza de la Iglesia Católica, y, tras un año en la cátedra de Pedro, el intento por parte de ciertos lobbies de minar los cimientos sobre los que se sustenta la doctrina católica. Se aplauden las palabras del Papa cuando se interpretan en sintonía con los principios de una conducta hedonista y centrada en el individuo. Paradójicamente, las instituciones consideradas más reaccionarias e integristas por estos adalides de la nueva era son las instituciones que no han interpretado las palabras del Papa y las han publicado tal cual, como él las ha dicho. Los sectores auto considerados más liberales y progresistas son los que descontextualizando las palabras de Francisco, las han utilizado para reforzar sus propias tesis. Ya ocurrió lo mismo con el libro Utopía, de Santo Tomás Moro, abogado laico casado y Lord Canciller de Enrique VIII de Inglaterra. Fue utilizada esta obra suya como manual por socialistas y por capitalistas a una. Vivimos el intento premeditado de acabar con el sacramento de la confesión y la virtud de la castidad como fundamental para el seguidor de Cristo. Se vuelve a atacar así la encíclica ‘Humanae Vitae‘ de Pablo VI y se extrapola el valor de la conciencia, que, aunque soberana sobre la conducta de un individuo, debe estar bien formada, si no caemos en el que todo está bien para quien así lo cree, o le conviene. La confesión es incómoda por razones intelectuales, la castidad por razones morales. Eliminando el valor de la confesión se pretende acabar con la supuesta dominación por parte del clero de las conciencias de los fieles. Sin embargo, se persigue acabar con el sacramento que administra la misericordia de Dios, cura las almas y forma las conciencias. Y esto para acabar con el concepto de pecado para sustituirlo por la famosa “opción preferencial por Cristo”, donde la sola simpatía por su legado es suficiente para ser su discípulo. Eliminando el concepto de pecado, se consigue que todo está permitido si trae placer. Se fomenta la escalada consumista, y la visión hedonista e individualista del ser humano. Se hace difícil entender qué consiguen los que persiguen tales fines. No podemos ser ingenuos, y hay que considerar que hay una realidad subyacente que trasciende incluso a los que se benefician de una humanidad sin más valores que el tener en lugar del ser. Y esta realidad subyacente es el mal por el mal, el mal radical, que existe y tiene nombre. Ello explica cosas inexplicables, como por ejemplo la locura del Holocausto. Winston Churchill decía que «cuanto más de cerca seguimos el Sermón de la Montaña (Carta Magna del cristianismo) más cerca estamos de tener éxito en lo que emprendamos». Y Francisco nos ha recordado hace pocos días que utilizar el lenguaje cristiano sin Cristo, sin Cruz, es una locura. Yo añadiría que es de esquizofrénicos. El Reino de Cristo no es de este mundo. En segundo lugar, acabando con la castidad se lograría dar más libertad a las conciencias en el terreno sexual, pero lo que se pretende es acabar con la conducta que impide el establecimiento de una ideología de género en la que el sexo pasa a primer plano y se convierte en el pulso vital del hombre y de la mujer, según el pensamiento materialista de Freud. Todo está permitido en una sociedad en la que el hombre es intrínsecamente bueno, se convierte en un paraíso terrenal sin Dios. El sexo es para el placer, la familia es una carga para lograr las metas personales y un límite para la realización personal. Una nueva vida es incómoda para la libertad del individuo y frena la libertad sexual. La familia y sus valores ponen en entredicho la ideología consumista, que mueve los mercados más inhumanos, pero más rentables. La defensa del aborto es una consecuencia de considerar la castidad como una rémora para la libertad personal, y de querer acabar con la institución de la familia natural como célula de la sociedad. Cuando la castidad y la limpieza de corazón son conditio sine qua non para ver a Dios en las realidades terrenas, entre los pucheros, como decía Santa Teresa de Ávila. Ya Churchill recordaba que “es en el entorno de la familia y del hogar donde todas las grandes virtudes se crean, refuerzan y mantienen”. Conocí a un curita de pueblo que tenía un perro de pueblo que se llamaba Sinaí. Nombre grande para un perro pequeño, pero el sacerdote quería con ese nombre recordar a los que le visitaban que hay 10 mandamientos. La Ley de Dios se resume en 10 máximas universales que definen los anhelos del corazón humano. Y Cristo las resumió en dos. Y estableció cuál era el primero de esos dos. 10 mandamientos, 9 dones del Espíritu Santo, 8 Bienaventuranzas, 7 sacramentos, 7 pecados capitales, 5 mandamientos de la Santa Madre Iglesia Jerárquica, omo la llama Francisco, como la llamaba San Ignacio, 4 virtudes cardinales y 3 virtudes teologales, 1 mandamiento nuevo, doble. De 54 máximas y conceptos, solamente 3 se refieren al sexo. Sinaí daría un ladrido de conformidad a la frase de San Agustín de “que nuestro corazón Señor está hecho a tu medida, y sólo descansa cuando descanse en ti”. |
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